Representar el mundo es un viejo anhelo de la humanidad. Podemos encontrar restos de representaciones del paisaje grabados en roca fechadas en el Paleolítico Superior (1). Y desde entonces todas las sociedades han intentado cartografiar el mundo, que es una de las mejores formas de tomar conciencia de quienes somos.
Claro es que la cartografía y los mapas han ido cambiando, desde esos primeros mapas tallados en paredes rocosas, por lo tanto, fijos en su emplazamiento, a las imágenes transportables gracias a la aparición del papel, la imprenta y posteriormente las pantallas. También han cambiado sus destinatarios, la pequeña comunidad de la cueva primero, las elites, militares y políticas, más adelante y el consumo masivo finalmente.
Pero siempre, en todas las sociedades y épocas, la cartografía ha tratado de hacer una abstracción de la realidad, una representación esquemática del territorio que nos ayude a entender el mundo, mucho más complejo. Es el concepto de escala, la idea de que «el mapa no es el territorio» (2), solo una representación suya en el que se basa la ciencia cartográfica. (representación como abstracción, idea o modelo, pero también como actuación, theatrum orbis terrarum, el ojo de la historia).
Lo que estaba fuera de ese modelo a escala era ridiculizado, como hicieron Lewis Carroll en «Silvia y Bruno» (1889) o Borges con «Del Rigor en la ciencia» (1946). Aunque ya en 2011, y siguiendo con las referencias literarias, Agustín Fernández Mallo nos avisaba en su particular visión de la obra de Borges «El hacedor (de Borges), Remake» (3), donde se incluía una versión Del rigor en la ciencia, que llegaba la era Google Earth y con ella la escala 1:1, o superior.
Pero es que si Google Earth (2001) y Google Maps (2005) nos proporcionaban detalles increíbles de cada punto del planeta, en 2017, Edzard Overbeek, CEO de Here, declaraba a la prensa la intención de su compañía de hacer una representación digital del mundo físico, lo que ahora llamamos gemelos digitales. Aseguraba que en unos años podrían «triangular cualquier objeto, incluso dentro de las casas. De tal forma que, si muevo mi teléfono o cualquier otra cosa, nuestra base de datos [cartográfica] lo cambiará de lugar en cuestión de segundos». El periódico español El País, titulaba el artículo que recogía esas declaraciones «Los mapas con precisión de centímetros que sabrán cuándo mueves el brazo» (4).
Desde hace unos 20 años asistimos a una explosión de una ingente cantidad de datos, que consumimos cada vez a mayor velocidad, gracias a la revolución de los sensores IoT, el uso masivo de teléfonos inteligentes y la apertura de los datos (Open Data); es lo que llamamos Big Data.
Hoy, Google incluye en su cartografía los pasos de cebra o los semáforos de las ciudades, TomTom muestra los carteles que señalan los destinos y otras señales en las carreteras, OpenStreetMap ya está recogiendo donde hay rebaje en las aceras, que facilitan el paso a personas con movilidad reducida. La realidad aumentada comienza a formar parte de nuestra vida cotidiana. Sensores IoT recogen información de forma automatizada y geolocalizada y la envían en tiempo real para alimentar todo tipo de mapas devorados por los territorios Smart (cities, land, building, etc.).
El mapa imposible
El mapa imposible, donde la representación ofrece más información que la propia realidad ya está aquí y con él el fin de la abstracción de los mapas.
Al mapa imposible se unen una serie de interrogantes sobre la idea misma de lo que es un mapa: es fácil pensar que dentro de no muchos años la mayor parte de la cartografía se generará sin apenas intervención humana, o al menos no ira destinada al visionado por personas, y acabará alimentando los datos para guiar los coches autónomos, los sistemas de alarma ambientales o complicados algoritmos, entre otras muchas funciones. ¿Si el usuario de un mapa es una máquina (un coche autónomo, un ordenador...) o un algoritmo, hablamos entonces de mapas o habremos llegado al fin del mapa? (5).
Y si la cartografía está cambiando, e incluso podemos hablar del fin del mapa ¿cómo no va a cambiar el software que hasta ahora nos ha servido para gestionarlos, los Sistemas de Información Geográfica -SIG?
Desde algunas grandes empresas del sector ya nos van adelantando su visión, en lo que vienen a llamar SIG modernos. Los términos que se repiten a la hora de diferenciar este SIG moderno respecto al SIG tradicional son escalabilidad, conectividad, interoperabilidad, uso de estándares, Inteligencia Artificial o sistemas abiertos. Es decir, SIG más potentes, con desarrollo nativo en la nube, capaces de manejar todo tipo y tamaño de datos a grandes velocidades. Serán nuevas herramientas con tecnología, lenguajes y procesos muy diferentes a los que nacieron hace 60 años con la puesta en marcha del CGIS (Canada Geographic Information System) en 1964 (6).
Pero los cambios serán más profundos, no solo cuestión de tamaño. La escala 1:1 y superior otorga en la práctica, debido a la complejidad de su tratamiento y exigencia de requerimientos técnicos, un protagonismo a los datos en el que estos no es que sean la clave del fenómeno que capturan (calidad del aire, antigüedad edificación, densidad de población, uso del suelo o cualquier otra variable), es que están empezando a relegar al propio tema de estudio, empezando a ser más importantes que la propia investigación. ¿Esto será siempre así o volveremos a la importancia del domain expertise?.
No tengo dudas sobre como los nuevos SIG o SIG modernos van a permitir análisis hasta ahora impensables y el geoprocesado de petas y petas de datos. De lo que no estoy tan seguro es si estos análisis, mejoraran sustancialmente nuestro conocimiento del entorno o, como les pasaba a los granjeros de Lewis Carroll, no nos dejaran ver el sol.
—Nunca ha sido desplegado todavía [el mapa 1:1] —dijo Mein Herr—, los granjeros se opusieron. Ellos dijeron que cubriría completamente el país, ¡y no dejaría pasar la luz del Sol! Así que ahora utilizamos el propio país, como su propio mapa, y te aseguro que funciona casi tan bien.
Referencias
[2] Los primeros cartógrafos de Europa, el mapa de Abauntz.
[2] Alfred Korzybski (1879 – 1950), psicólogo y lingüista estadounidense.
[3] Se pueden ver los textos Lewis Carroll, Jorge Luis Borges y Agustín Fernández Mallo en varias páginas en internet, por ejemplo en ZTF News Del rigor en la ciencia (visitada en marzo 2022).
En «El hacedor (de Borges), Remake», con un ligero cambio en el micro relato del Rigor en la ciencia, Fernández Mallo cambia totalmente el sentido del texto:
«En aquel imperio, [pre Google Earth], el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del imperio, toda una Provincia...»
[4] Los mapas con precisión de centímetros que sabrán cuándo mueves el brazo (2017). Un artículo de Jacobo Pedraza para El País
[5] ¿El fin del mapa? (2020). Texto publicado en Nosolosig para repensar el concepto tradicional de mapa
[6] Geografía y Sistemas de Información Geográfica, 50 años (2015) una reflexión de Gustavo D. Buza para el Boletín de la Red GESIG