Tom Hanks relata, en el primer capítulo de la serie de Hermanos de Sangre (2001), un ejemplo de manual en la toma de decisiones. El General Sink llama al Capitán Sobel a su despacho porque tiene claro que no puede perder su valía en la instrucción del ejército pero tiene, aún más claro, que no lo puede dejar al mando de la compañía Easy, cuando el 506 Regimiento de Infantería Paracaidista de la 101 División Aerotransportada caiga sobre Normandía en pleno desembarco.
El principal problema de Sobel, entre otras muchas cosas, es que la teoría la conoce pero la práctica no. Sobel no sabe leer un mapa. Sobel no sabe interpretar los elementos que hay en un mapa. Sobel, sobre el terreno, no sabe conducir a su compañía. En definitiva, la probabilidad de que la compañía fracase en tierras francesas es muy alta. Sink acierta tomando la mejor decisión. Lo destituye por un nuevo mando al frente de la compañía.
Este relato es un ejemplo que podemos extrapolar a nuestra sociedad en pleno siglo XXI. Nuestras generaciones futuras no saben leer un mapa. No saben ubicarse ni orientarse. No saben interpretar los elementos de un mapa. Por tanto, no sabrán tomar una decisión con la seguridad geográfica que requiere cualquier acción.
Hoy, la enseñanza primaria entierra la competencia espacial del alumnado aragonés. Y las enseñanzas medias sepultan cualquier atisbo de revivirla. La suma de un currículo educativo, que ignora la importancia de poner el valor que tiene la Geografía en la vida cotidiana, junto con la ignorancia práctica que se desarrolla en el aula, tiene un resultado aterrador desde el punto de vista geográfico. Estamos ante la peor generación espacial en ciernes si es que ya no convivimos con ella.
Resulta “kafkiano” que en el mejor momento de desarrollo de aplicaciones orientadas a objetos, estemos ante la generación que peor sabe interpretar la relación espacial de cualquier fenómeno o evento existente en cualquier lugar del mundo.
Sin geografía en la vida, se pierde uno de los lenguajes clave en el desarrollo intelectual de nuestras generaciones futuras. Su toma de decisiones será inconclusa porque no sabrán interpretar las fortalezas o amenazas que tiene un lugar.
Sobel no tendría la culpa de un previsible fiasco de su compañía. Sí la tendría Sink si no hubiera tomado correctamente esa decisión estratégica. El alumnado no tiene la culpa de no saber leer un mapa. Si lo tiene nuestro actual sistema educativo.
Desde el Colegio de Geógrafos en Aragón, instamos a los poderes públicos aragoneses a recapacitar urgentemente sobre la realidad de este lenguaje incluyendo la formación de un profesorado que, generación tras generación, ha perdido la capacidad de formar al alumnado en el dominio espacial de la materia.
Si seguimos así, tendremos profesionales, formadores y planificadores, como Sobel, que serán ignorantes de las huellas del pasado de la que nos habla el actual espacio geográfico en el que vivimos. O tendremos ciudadanía, como Sobel, que se perderá en el monte cuando su móvil se quede sin batería o comprará una vivienda ubicada en la llanura de inundación de un río.
Sin Geografía, perdemos el conocimiento espacial. Sin Geografía, perdemos sabiduría e inteligencia colectiva.