Si bien muchos de los problemas que impulsan esta deforestación son recurrentes y están bien documentados, como la expansión de la agroindustria, la debilidad de los gobiernos en zonas poco accesibles o los regímenes de propiedad en conflicto, se ha dedicado mucha menos atención a los impactos ambientales producidos por el tráfico de drogas.
Las rutas de la droga afectan a las tasas de deforestación
Un artículo publicado en la revista Science, vincula los flujos de drogas a través de América Latina con las tasas de deforestación en la región. El artículo, «Drug Policy as Conservation Policy: Narco-Deforestation», (suscripción requerida) del que es autora principal la geógrafa Kendra McSweene, del departamento de Geografía de la Ohio State University, es el resultado de la colaboración entre investigadores del Instituto de la UNU para el Medio Ambiente y la Seguridad Humana (UNU-EHS) y cuatro universidades de Estados Unidos: Ohio State University, Northern Arizona University, University of Denver y la University of Idaho.
El artículo pone de relieve la pérdida de bosques en el Corredor Biológico Mesoamericano (MBC), una iniciativa transfronteriza establecida en 1998 para vincular los ecosistemas y las actividades de conservación natural en México y Centroamérica, a través de la promoción del desarrollo social y económico sostenible. Pero los grupos de interés y mecanismos políticos que apoyan estos esfuerzos encuentran cada vez mayor resistencia por parte de las mafias que se dedican al tráfico de drogas.
Bosques remotos, como por ejemplo los de la MBC, son áreas de conservación de enorme interés, pero también son un punto clave en el comercio ilícito de drogas, siendo lugares ideales en la logística del transporte de la droga, con las necesidades que ello conlleva: centros de distribución, pistas de aterrizaje de aviones, nuevos viales, etc. Los investigadores señalan que mediante la inyección en estas zonas débilmente reguladas de enormes cantidades de dinero en efectivo y de armas, el narcotráfico es capaz de «narco- capitalizar» a la población local con interés en estos bosques remotos, por ejemplo ganaderos o cultivadores de palma de aceite.
El resultado es una militarización de los bosques, donde las ganancias del narcotráfico pueden ser lavadas a través de la compra de tierras y la conversión agrícola de las zonas forestales protegidas. Gran parte de la carga social de la corrupción y la violencia recae sobre los grupos indígenas y los pequeños agricultores.
La política antidroga es también política ambiental
«Las comunidades forestales están literalmente atrapadas en una batalla entre las fuerzas del gobierno contra el narcotráfico y los propios narcotraficantes. Es aterrador y alienante para estas comunidades, que son realmente nuestra última esperanza para la conservación», dijo el Dr. David Wrathall, investigador de la UNU-EHS y co-autor del informe.
El hecho de que las políticas de erradicación de cultivos de drogas expulse a los agricultores a ecosistemas más remotos y sensibles está bien documentada. Sin embargo, el artículo hace referencia a un efecto paralelo y menos investigado de la lucha antidroga, que esta empujando a los traficantes de drogas, con el consiguiente impacto ecológico, a nuevas áreas forestales -un recordatorio a la comunidad internacional de conservación que la política antidrogas es también política ambiental y que una protección continua de estos ecosistemas depende de un enfoque alternativo a la actual política frente al tráfico de drogas.
El artículo hace un llamamiento para realizar una «cuidadosa investigación interdisciplinaria» capaz de hacer frente a las incertidumbres empíricas respecto a la magnitud y la dinámica de la relación narcotráfico - deforestación, especialmente sobre la forma en que el narco capital (sobre todo a través de lavado de dinero y el soborno) influye en la gestión ambiental y el desarrollo rural de las comunidades locales.
Terra-i y MODIS
Para observar la evolución de los bosques, los científicos utilizaron los datos suministrados por Terra-i, una herramienta para detectar cambios a nivel global en la cobertura del suelo basada en sensores remotos, en concreto del sensor MODIS (MODerate Resolution Imaging Spectroradiometer), que se encuentra a bordo de los satélites Terra y Aqua y que forman parte de la misión EOS (Earth Observing System) de la NASA. Terra-i utiliza los índices de vegetación MODIS del producto MOD13Q1, y los datos de precipitación del sensor de la Tropical Rainfall Measuring Mission (TRMM).
Terra-i se basa en la diferente intensidad del ciclo natural del verde de la vegetación, que depende de factores climáticos (precipitación, temperatura), variables de sitio (tipo de vegetación, características del suelo) y de las alteraciones (naturales o antropogénicas). El modelo es capaz de predecir la evolución de la intensidad verde de la vegetación, con base a medidas de verde anteriores y a medidas climáticas actuales para detectar cambios significativos en el hábitat.